¡Desayuno en familia!

Cómo hacer que un desayuno con niños sea divertido
Hoy es domingo pero a Tina y Leo les gusta levantarse temprano. ¡Así tienen más tiempo para jugar!

Papá y mamá han tenido una idea: van a preparar el desayuno todos juntos. Mamá ha subido a Tina y Leo a una silla y le van a ayudar a preparar las tostadas mientras papá se encarga de la leche y el zumo.

Empieza el trabajo. Tina saca el pan del paquete y se lo da a Leo, que lo mete en la tostadora. Mamá aprieta el botón y un… dos… tres… ¡bang! Salta la primera tostada. ¡Ya tenemos una! Repiten una y otra vez hasta que hay tostadas para todos.

Ahora hay que prepararlas. Mamá le da a Tina un cuchillo especial que no corta para que unte la mantequilla y papá y Leo añaden la mermelada. Leo mete los dedos en el bote. ¡Qué rica está! Y le da a Tina para que también pruebe.

       - Tenéis toda la cara llena de mermelada!, dice mamá.
       - Son unas manchas muy ricas, dice Tina, que se está chupando los dedos.
       - Vamos, limpiaos la cara y vamos a desayunar.

Pero en lugar de hacer caso a mamá, Tina y Leo siguen jugando con la mermelada. De repente, Leo le da un codazo al bote y éste cae. “¡Todo el suelo está lleno de mermelada!”, mamá y papá no parecen muy contentos. “Tendremos que limpiarlo”.

Atila, el perro, aparece entonces por la puerta y empieza a dar grandes lametazos a la mermelada.

       - Atila está limpiando el suelo, dice Tina.
       - De buena os habéis librado, se ríe mamá. De todas maneras, espero que tengáis más cuidado y no juguéis de esa manera con la comida. Y ahora, todos a desayunar!

Ilustración: Ana del Arenal

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El tiburón que aprendió a nadar


Cuento de un tiburón que quería aprender a nadar


Era un tiburón pequeño, de apenas unos meses, que veía con envidia cómo los tiburones grandes nadaban y se movían por el mar con mucha soltura. Él también quería ser como ellos, para hacer carreras con las tortugas de mar y poder bucear durante kilómetros y kilómetros.

Así que una noche decidió decirle a su abuelo tiburón que le enseñara a nadar.  Este le explicó, con mucha paciencia, que para poder nadar era necesario que su aleta y su cola crecieran un poco más. Pero el tiburón pequeño no quería esperar y tenía prisa por aprender a nadar, así que le insistió a su abuelo tiburón para que inventara una solución.

El abuelo le puso unas aletas y una cola hechas de algas y le enseñó los movimientos que tenía que hacer para poder nadar. El tiburón con el paso de los días consiguió nadar. Creía que gracias a sus aletas y cola de algas, pero en realidad era que había crecido ¡ya medía 6 metros! y que, como todos los tiburones, podía nadar veloz por el mar con sus aletas y cola de verdad. 

Ilustración: Ana del  Arenal

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